Dame Cosas Buenas

lunes, 11 de agosto de 2014

Feliz Día del Niño - Te compro una sonrisa


Tuve una infancia feliz. A medida que pasa el tiempo, a medida que voy aprendiendo a valorar lo que recibí de mis padres -no sólo en términos materiales- voy poniendo en perspectiva el esfuerzo que ellos hicieron para "sacarme bueno" a mí, tanto como a mis queridos hermanos.

Claro que no todo fue color de rosa. No todo fue perfecto. No pasó todo sin sufrimiento y, cuando digo sufrimiento, digo un sufrimiento que por momentos fue profundo, costoso, abrumador: como la angustia misma. La angustia, aquella incapacidad de expresar y compartir sentimientos, de ponerlos sobre la mesa, de sopesarlos y, en definitiva, de poder expresarlos y así empezar, lentamente, a sanarlos.

Por algún motivo, que aún busco y rebusco en las borroneadas páginas de aquella infancia, ese chico que fui era profundamente melancólico e incapaz, muchas veces, de entregarse de lleno a la libertad desprevenida con la que juegan y comparten los niños, unos con otros, otros con uno. En ese contexto, por ejemplo, la relación con mis compañeros y compañeras de grado siempre fue, desde mi punto de vista, muy complicada. Pero no por nada en particular del grupo, maravilloso grupo de la Escuela 298 de Bariloche, sino, simplemente, por esa dificultad mía para relacionarme con ellos. Así transité, con altos y bajos esa feliz y por momentos tormentosa infancia de la que hablaba más arriba.

Pero, más allá o más acá de todo ese ayer, hoy, en pleno mediodía de mi vida, soy capaz de reconocerme, como nunca antes lo había hecho quizá, como el único responsable de y por aquellos sentimientos. Ya no soy ese niño. De hecho, ese niño angustiado murió, se fue, no está más. Y estoy cada vez más satisfecho de que me haya dejado. El otro día escuchaba a un especialista decir "hay que facilitarle a las personas elementos para el cambio, para que encuentren sus propias razones para cambiar, para mejorar, para crecer; caso contrario, todo proceso de cambio será más doloroso y, posiblemente, nunca se termine dando ni asumiendo completamente". A veces es duro cambiar. A veces lleva tiempo y puede requerir un trabajo y una energía enormes. Quizá lo más difícil, lo más duro de crecer (y por ende de cambiar) no sea tanto el hecho en sí mismo de realizar los cambios necesarios o atravesar el tantas-veces-penoso-e-incierto-proceso-de-crecer como el aceptar, procesar, asimilar y sostener los cambios en el tiempo. Quizá crecer sea eso, justamente: "Sostener los cambios en el tiempo".

Quiero compartir ahora una pequeña anécdota sobre un hecho que me ocurrió antenoche, cuando terminamos una de nuestras presentaciones con el dúo folklórico que hacemos con mi hermana. La cosa es que durante el espectáculo nuestros padres estaban ahí sentados escuchando, emocionándose con nosotros, junto a los nietos, viéndonos disfrutar, mientras cantábamos juntos la música de nuestras raíces. Cuando terminamos, nos sentamos con ellos a comer y tomar algo y mi papá no dejaba de felicitarnos, de hablar de su Salta natal y de celebrar el momento que acabábamos de pasar. Y la verdad es que hacía mucho tiempo que no lo veía tan feliz, tan pleno... tan llenos de vida sus ojos. Entonces recordé, en plena víspera del -Día del Niño- aquello que él hacía conmigo cuando yo, de chico, andaba con la cara larga, angustiado. En esos momentos de malhumor y angustia, él sacaba rápidamente un billete de cinco pesos del bolsillo y me decía: "te compro una sonrisa". Y entonces, todo vino a mí como un déjà vu. En ese momento, hace apenas dos noches, mi querido tata no paraba de felicitarnos por cómo habíamos cantado con mi hermana y, mientras comíamos y brindábamos por la familia y por la música pensé: "ya no soy un chico, es cierto... pero quizá esta noche, aquí y ahora, el chico sea él, mi viejo; pero por suerte no está angustiado, está feliz. Y está así porque yo, sin querer, cantando, simplemente cantando con mi hermana, le compré una sonrisa".

miércoles, 6 de agosto de 2014

Una golondrina no es verano, pero...


"No tengo miedo al invierno, con tu recuerdo lleno de sol"
Tonada del viejo amor, Jaime Dávalos.



"En el patio de casa aparecían de pronto, con los primeros colores un día, llenando con sus chirridos de alborozo aquel ámbito de nuestros juegos donde El Tata estaba casi siempre sentado en su sillón de mimbre leyendo. Las campanas de San Alfonso contribuían entonces a insuflarle encantamiento a la visita de las golondrinas en aquellos cielos donde grandes nubarrones anunciaban la próxima estación de las lluvias. Los días eran largos y se demoraban en la agonía de la tarde. Lo recuerdo. Una tarde así en la que salía de la convalecencia de una larga gripe. ¡Vi tan nítido el aire! Me subí al techo y de espaldas sobre las chapas de zinc aún tibias, miré hacia arriba tratando de abarcar la vasta redondez comba del cielo de una sola mirada, sin pestañar; quería ver todas las golondrinas de una vez, sin necesidad de seguirlas una por una en el vuelo loco con que garabateaban el azul hondo, tiritante de la luz.
En el horizonte cenizo del arrabal a ras de los techos, los barriletes subían como fantasmales rayas coleando, nadando hacia las primeras estrellas pálidas, y el viento hacia saludar gravemente a los árboles. No sé cuanto tiempo permanecí echado así, pero me despertaron aquella fiesta de la contemplación los maullidos de aquellos gatos que ya sentían también como las golondrinas y yo, el advenimiento de la primavera.


Cuando Eduardo (Falú) me hizo oír la música de lo que después sería ´Las golondrinas´, voló mi pensamiento tiempo atrás y desandando los días recupero el alborozo triste de aquellas tardes de la infancia; los conmovidos versos de Gustavo Adolfo Bécquer; algo que me dictaba Leopoldo Lugones; y la vida, esa que siempre se nutre de la literatura sin temor de canjear entre ambas, de plagiarse o imitarse porque las dos son autoras de un sueño en el que devenimos polvo. La música, repito, con su fuerza evocadora citó en mi las palabras donde la experiencia sensible de los días lejanos quedó apenas atrapada, tan apenas como en la red de vuelos de las golondrinas en el ancho cielo del asombro".



"Yo soy quien pinta las uvas"
Jaime Dávalos, 1980.

LAS  GOLONDRINAS (Canción)
Letra: Jaime Dávalos
Música: Eduardo Falú
1963

¿Adónde te irás volando por esos cielos,
brasita negra que lustra la claridad?
Detrás de tu vuelo errante mis ojos gozan
¡la inmensidad...la inmensidad!

Veleros de las tormentas se van las nubes,
en surcos de luz dorada se pone el sol;
y como sílabas negras, las golondrinas...
¡dicen adiós...dicen adiós...!

 Vuela,vuela,vuela,golondrina,
 vuelve del más allá.
 Vuelve desde el fondo de la vida
 sobre la luz, cruzando el mar...
 ¡cruzando el mar!

Un cielo de barriletes tiene la tarde;
el viento en las arboledas cantando va
y desandando los días mi pensamiento
¡también se va...también se va...!

Cuando los días se acorten junto a mi sombra
y en mi alma caiga sangrando el atardecer,
yo levantaré los ojos pidiendo al cielo
¡volverte a ver...volverte a ver...!

POEMA DE LAS GOLONDRINAS (Jaime Dávalos)
Amo las golondrinas
porque son como mi alma
fugaces visitantes de lo desconocido.
Aparecen de pronto,
cuando la primavera en el aire
decide la derrota del frío.
Me traen de los cielos remotos de la tierra
la nostalgia despacio
y el ansía de infinito
con que mi sangre
viene venciéndola a la muerte
y afirmando la vida
a través de los siglos.
Las veo,
entre celajes de nubes ampulosas
que copia en el espejo de las aguas el río,
festejar la tormenta que presienten
volando al ras del agua
ebrias de librar su instinto.
Porque son como flechas del arco iris
jugando en el azul abierto
su secreto destino.
Yo creo,
que a mi vienen
desde el fondo del tiempo
para que no me olvide
de mi origen divino.


Las Golondrinas, en la versión de Facundo Toro y Raly Barrionuevo
Video grabado en la casa de Jaime en El Encón (Salta)

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